miércoles, 9 de marzo de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LA CUARESMA

La vida de un católico está marcada por el “año litúrgico”, que es más que un calendario de fiestas organizadas a lo largo del año. El año del creyente es año litúrgico cuando dejamos que Dios se haga presente en nuestra vida cotidiana con sus misterios, que dan sentido a todo lo que somos y hacemos. El centro del año litúrgico es la celebración del Triduo Pascual: del misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Todo en nuestra vida tiene sentido porque Cristo está vivo hoy, porque compartió nuestra existencia y venció incluso a la muerte. Para prepararnos para este momento central en que no sólo recordamos lo que sucedió en Jerusalén hace más de dos milenios, sino que lo volvemos a vivir, la Iglesia nos invita a recorrer el camino de la Cuaresma. La Cuaresma es el tiempo del año litúrgico en que disponemos el corazón para acoger la victoria de Jesús. Se trata de un camino que busca seguir el ejemplo del mismo Jesús, quien después de su Bautismo y antes de iniciar su predicación, se retiró al desierto por cuarenta días, en profunda oración y ayuno. Del mismo modo, la Iglesia quiere tener un tiempo de “desierto”: cuarenta días de preparación, en el que se nos invita a rezar y trabajar en nuestra conversión. La Cuaresma se inicia todos los años con la celebración del Miércoles de Ceniza. ¿Cuál es el sentido, en nuestros días, de un rito como el de ponernos ceniza en la frente? ¿Qué nos dice esto sobre la importancia de la Cuaresma? Cuando nos preparamos para una fiesta importante, lo primero que hacemos antes de ir a la celebración es quitarnos lo que no es adecuado con la ocasión y ponernos lo que sí corresponde; nos limpiamos de lo sucio y nos arreglamos de la mejor manera. La Cuaresma es exactamente eso: nos preparamos a lo largo de cuarenta días para la gran fiesta del año: la Semana Santa, en la que acompañamos al Señor Jesús en su muerte y resurrección. Por ello, en este tiempo nos esforzamos por quitarnos lo que sobra, es decir, lo malo, lo que nos aleja de Dios, de nosotros mismos y de los demás, para ponernos lo bueno que nos pueda faltar. Así, llegamos bien preparados y dispuestos a la fiesta más importante que pueda existir. Para este tiempo de preparación debemos acentuar en la oración, el ayuno y la caridad. La oración es fundamental siempre: es como la respiración para el creyente. Pero en Cuaresma debemos aun rezar más: con más fervor, con más profundidad, por más tiempo. La Sagrada Escritura es un camino privilegiado para ahondar en nuestra relación con Dios durante estos días. Por otro lado, el ayuno es también siempre importante, pero sobre todo durante la Cuaresma. Se trata de aprender a privarnos de lo que no es necesario, de saber renunciar a algunas cosas por amor a Dios, para ser más libres y también para así poder ayudar a quienes necesitan nuestra solidaridad. Por eso la caridad es el tercer importante medio de la Cuaresma: nuestra conversión no consiste en perfeccionarnos solos y por nuestra cuenta, sino en ser mejores hijos de Dios, mejores hermanos y amigos, en particular de quienes sufren y esperan nuestra ayuda. Que durante este tiempo de conversión nos acerquemos también a María y que la Cuaresma sea así un camino de esperanza, porque nos disponemos a celebrar la mayor fiesta del año, que trae la alegría que nunca termina: Jesús está vivo y nos ha reconciliado.